Hay quien dice que no es para tanto, que la conservación del desmán no es una prioridad, que a los ríos nunca les va a faltar el agua. Como no están los tiempos para sobresaltos está actitud, la sosegada, está imponiéndose de forma mayoritaria en todos los ámbitos de gestión. Y así, andamos enfrascados, aquí y allá, en inventarios y revisiones. Si todo sale bien allá por 2016 (o 2018, o 2020, a saber…) tendremos una imagen bastante precisa de donde cagó el desmán en los últimos diez años. Todo un consuelo. Si todo sale muy bien incluso podremos sexar e identificar individualmente al autor del regalito. Si todo sale de fabula, por esas mismas fechas, alguien sacará de la chistera un índice que relacione excrementos y abundancia. Comenzaremos entonces el seguimiento. Levantaremos la alfombra cada cinco o diez años y bastará con conocer la tendencia, dicen. Habrá tiempo de actuar, dicen.
Mi impresión es que acompañamos al desmán en su «ultimo viaje». Mirándole de reojo. Dándole palmaditas en la espalda mientras decimos: ¡Tranquilo chaval, que solo es un catarro!